Para quienes, por edad, no conocieron el régimen franquista -aquella dictadura militar que nació de una sublevación militar y una guerra cruenta- diremos que el 18 de julio era una fecha festiva en el calendario nacional, y por lo tanto era obligatoria a efectos laborales; así lo fue hasta 1976. El sector más fascista del nuevo Estado mantenía que esta fiesta era fundamentalmente de los obreros, y, incluso a la paga extraordinaria de verano, que ahora se recibe junto a la nómina del mes de junio, se la bautizó como “paga del 18 de julio”. Hubo un organismo denominado “Obra sindical del 18 de julio”, que se dedicaba a la atención médica y que sería integrado en 1971 en la Seguridad Social. Se daba la paradoja de que la dictadura no admitía que hubiera trabajadores y empresarios con intereses enfrentados, ni lucha de clases, por lo que, en aquel macro tinglado de los sindicatos verticales, de afiliación obligatoria, todos eran productores, con la consiguiente retahíla en las denominaciones, como lo eran una cadena de bares-restaurantes bajo el epígrafe de Hogar del Productor.
El franquismo se empeñó hasta el final en mantener viva la memoria de la guerra civil y su victoria, con dos fechas claves en el calendario, la del 18 de julio, que conmemoraba el día de 1936 en que el general Franco y sus cruzados se alzaron en armas contra la República, y la del 1 de abril, que a su vez conmemoraba, no el final de la guerra si no la victoria de los sublevados en 1939, y así aparecía denominada esta fiesta, con un desfile militar en Madrid a la mayor gloria del Caudillo. Uno de los objetivos de aquellas conmemoraciones era cohesionar a las lealtades franquistas: Iglesia, Ejército, Falange y las oligarquías beneficiarias; el otro objetivo era la humillación de los vencidos. La primera fiesta, la del 18 de julio, tenía, por así decirlo, más solemnidad civil y eclesiástica, con misas celebradas por cardenales y obispos, y recepciones y festejos en gobiernos civiles y ayuntamientos. También aprovechaba el régimen para presumir de su obra social, con inauguraciones de obras o entrega de viviendas baratas, todo filmado por el NO-DO, con la habitual cantinela de “la justicia social auspiciada por su excelencia el generalísimo”.
Todo lo anterior es un preámbulo para trasladarnos al 18 de julio de 1960 en Toledo, y contar a los lectores lo que ocurrió en la actual capital regional, hace ahora sesenta años, y que constituyó un hito en la historia de las luchas sociales en nuestro país, y, de otra, una bofetada en toda la cara del franquismo, propinada por un grupo de mujeres a cuyo frente se había puesto un joven cura, muy alejado de la doctrina del nacional-catolicismo y vinculado al naciente cristianismo de base. Poco se ha escrito al respecto, y, al existir por aquellos años una férrea censura, para todo tipo de noticias que socavasen la imagen del régimen, es tarea inútil buscar en las hemerotecas huella alguna de aquel acontecimiento. Eso sí, en la memoria colectiva del barrio en el que tuvieron lugar los hechos ha quedado grabada la “huelga de los cantaros”, inmortalizada con una imagen muy explícita de lo que fue aquello, y con otras de la entrega oficial de unas viviendas de las llamadas “baratas”, en la misma barriada toledana. También se pueden encontrar relatos, reproducidos no hace mucho en una red social, construidos con testimonios directos de personas que vivieron de cerca lo que acaeció aquel 18 de julio de 1960. Es decir, quien quiera saber de la célebre “huelga de los cántaros” puede encontrar información suficiente.
Por mi parte poco puedo añadir a lo referido, aunque por entonces residía en aquella Barriada de la Estación -que esa era su denominación más utilizada-, pero aún no tenía edad para darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, si bien recuerdo nítidamente la enorme fila de mujeres aguardando turno para llenar su cántaro de agua, ante una fuente que había cerca de la iglesia; de tal manera que la comitiva de coches oficiales se encontró la calle taponada, con las siguientes escenas que han llegado en memoria oral hasta nuestros días, y que es reflejo más o menos fiel a lo que realmente ocurrió.
Lo que puedo relatar, diferente a lo conocido, tiene más que ver con un rebobinado realizado años después, con testigos directos en el “visionado”, como lo fue el del principal protagonista, Luis Rodríguez Oliver, con quien tuve relación política y amistad a partir de 1974, cuando ya no era sacerdote, hasta su prematura muerte, acaecida el 5 de junio de 1979. En primer lugar, una precisión de fechas, pues, aunque todo se enmarcaba en el contexto del aniversario del inicio de la guerra civil, lo cierto es que fue el día 17 de julio, domingo, cuando tuvieron lugar los hechos a que nos referimos todo el tiempo. Otro testigo de lo ocurrido, en particular por su compromiso con la HOAC y los cursillos para obreros, fue un compañero que tuve de trabajo en los años setenta, amigo del citado sacerdote, y que había acudido con él a pedir la protección del Cardenal Primado, cuando supieron que estaban amenazados, y que incluso había por la ciudad policías, vinculados a la Falange, que les andaban buscando con no muy buenas intenciones.
Entre los recuerdos personales que me quedan está lo oído en varias ocasiones a mis mayores a lo largo de los años, como es el relato de un enfrentamiento entre el entonces alcalde de Toledo, Luis Montemayor, y el joven párroco de la barriada, Luis Rodríguez Oliver. El alcalde, fuera de sí, reprochaba al cura estar influenciado por doctrinas marxistas y por ende contrarias al gobierno, como lo eran las divulgadas por los curas vascos, y escudarse tras una sotana para buscar inmunidad a sus actos. Por su parte, el cura le replicaba en tono más pausado, diciéndole a su interlocutor que no había nada de eso, sino una situación de total abandono de la barriada por parte de las autoridades, que solo bajaban a Santa Barbara para inaugurar unas casas baratas, entregadas a personas que no eran del barrio, sin haberse preocupado de las necesidades de los vecinos del lugar y sin contar con nadie para este “desembarco”, siquiera para conocer las necesidades de vivienda que había en el barrio. También hizo el sacerdote una defensa encendida de las personas que se manifestaban, pues estaban poniendo en evidencia que el barrio no contaba ni con agua corriente, ni alcantarillado, ni pavimento en las calles, ni alumbrado público, ni instalación o centro municipal alguno. Al relato se añadía que el cura llegó a hacer ademán de quitarse la sotana, mientras le decía al alcalde que debajo de la sotana también había un hombre.
Era lógico que algo así no quedase sin respuesta, por parte de quienes tenían todo el poder en Toledo y en España, que para eso habían ganado la guerra, repetían con frecuencia. Al día siguiente, fiesta nacional, tuvieron lugar los festejos oficiales del 18 de julio, que dieron comienzo con una misa celebrada en la iglesia de San Juan, oficiada por el Obispo Auxiliar, que era el recién nombrado Anastasio Granados, natural de Espinoso del Rey, y muy comprometido con el desarrollo del Concilio Vaticano II. A continuación, las “fuerzas vivas” de la ciudad se desplazaron a los locales del Frente de Juventudes, sito en la calle de la Trinidad, donde hoy se encuentra una delegación de la Junta de Comunidades, con la finalidad de ratificar el nombramiento del Consejo Provincial de Excombatientes. Lo anterior y lo que sigue está recogido en un acta tomado por uno de los asistentes.
Se daba la circunstancia de que la mayoría de los cargos oficiales llevaban aparejada la pertenencia obligatoria al Consejo Provincial de la Falange, con orden jerárquico eso sí, por lo que el Gobernador Civil era jefe provincial del partido único, el alcalde de Toledo el subjefe, además de ser el jefe local, y así sucesivamente, en un complicado organigrama. En el citado órgano de mando estaban incluidos los delegados provinciales de los ministerios, el delegado provincial de los Sindicatos, alcaldes de pueblos relevantes, directores de determinados colegios, algún jefe militar, así como algunas personalidades de probada lealtad al Caudillo y a la Falange, y que podían ser nombrados por el Jefe Provincial, el citado Gobernador Civil, que en aquel momento era Claudio Colomer Marqués, natural de Granollers y perteneciente a la oligarquía catalana que había apoyado la sublevación contra la República.
Para que el lector pueda tener una idea de quienes asistieron a esta reunión, referenciados en el documento al que he hecho mención, diremos que, además del gobernador civil y el alcalde de Toledo, también estuvieron presentes el presidente de la Diputación Provincial, Tomás Rodríguez Bolonio, varios delegados provinciales, como el de la Vivienda, el de los Sindicatos verticales, y conocidos personajes de la época, en función de su adscripción al Consejo Provincial del partido único, por ser presidentes o jefes de algo, como el director del Colegio San Servando, Tomás Sierra, o el relevante maestro y alto cargo de los colegios del Frente de Juventudes Matías Martín Sanabria, además de otros que quizás no sea conveniente mencionar, además de no haber sido relevante su participación en el acto.
Fue el citado gobernador civil quien convocó, en la sede de la Falange, una reunión formal del Consejo Provincial del Movimiento o Falange Española Tradicionalista de las JONS, y que tuvo lugar a partir de las 12:30 horas, según el documento que se conserva. Tras una introducción de carácter general sobre la situación política, el jefe de los falangistas fue al grano: “El tema que vamos a tratar es secreto, pero tengo autoridad para darlo a conocer a las jerarquías y a las personas que juzgue conveniente”. A continuación, dio lectura a una carta anónima que habían recibido los cuatro obispos de las diócesis vascas, -Vitoria, San Sebastián, Bilbao y Pamplona-, en la que aparecían con su nombre y apellidos 339 sacerdotes y, en forma de manifiesto, denunciaban las torturas en las comisarías, la ausencia total de libertades y el atropello que hacía el régimen de todo tipo de derechos, entre ellos los de libre sindicación y participación política. La carta no fue publicada en la prensa española, pero si fuera de nuestro país. La explicación que dio el gobernador civil para esta censura fue para convencidos o tontos: “No se ha publicado en la prensa por no indisponer a los españoles contra los sacerdotes vascos”. Aunque pueda parecer extraño, lo de “las diócesis vascas”, con inclusión de Pamplona, fue así expresado por Claudio Colomer.
Tras este “calentamiento” de ánimos de sus camaradas, el gobernador entró en materia, es decir, en lo ocurrido en el barrio de Santa Barbara el día anterior, con referencia a la manifestación de los cantaros, y a la responsabilidad única del párroco en los disturbios.
A partir de ahí dio la palabra a los “camaradas”, a fin de que emitieran su opinión, o realizasen sugerencias para solucionar el problema. Lo que sigue no tiene desperdicio, pero es fiel reflejo de lo que el documento contiene.
Intervino en primer lugar el alcalde, que hizo referencia a la homilía del cura del barrio, en la misa de las ocho de la mañana, y que en su opinión había sido ofensiva para los nuevos vecinos, es decir los adjudicatarios de las viviendas inauguradas, pues al decir del regidor se había referido el sacerdote a las 30 familias que llegaban como de “moral bajísima”, “lo cual es una falta de caridad porque aunque fuesen 30 “zorras” no tenía porque hablar de su moralidad.” El contrariado alcalde, que respiraba por la herida de su enfrentamiento con el cura la víspera, hizo sin duda una interpretación torticera, pues lo que los feligreses escucharon no tiene nada que ver, más allá de manifestarse el párroco en contra de esta política del régimen, que buscaba además enfrentar a los pobres entre sí.
Otros “camaradas” intervinieron en parecidos términos, como J.P., con curiosas propuestas, como la que hizo F. E., en el sentido de infiltrar obreros falangistas en “los horribles cursillos de la HOAC, donde se dicen tantas barbaridades, y que luego nos informen para ir a decírselo al Cardenal”. Por su parte el Delegado de Sindicatos afirmó que, “no solo en el Norte, sino también en Toledo existe un grupo de sacerdotes jóvenes, equivocados, contrarios al Régimen, influidos por movimientos subversivos. A estos sacerdotes se les debe de expulsar de la Diócesis”.
La expulsión de curas propuesta, que recibió apoyo por parte del Consejo de la Falange, incluía a Luis Rodríguez Oliver, en términos muy contundentes, como fue el caso del alcalde de la ciudad: “El párroco de Santa Barbara es un enemigo declarado del Régimen. El procedimiento para acabar con él es decirle: tiene usted 48 horas para salir de aquí, y si no aténgase a las consecuencias”. Hubo otras propuestas más expeditivas, como la del alcalde de un pueblo manchego: “hay que coger a esos curas y que los echen en paracaídas a Rusia”, otro alcalde propuso: “Que los manden al Congo y allí no molestan”. El acto terminó con un resumen y unos acuerdos, que, afortunadamente no se llevaron a efecto. El señor Colomer, gobernador civil, tras unas esperpénticas comparaciones de los “subversivos” con quienes criticaban a Bahamontes, -que no reproduzco para no cansar al lector-, se comprometió, con carácter ejecutivo, no a informar al Cardenal o al Obispo, “pues ya lo saben y no han tomado ninguna medida, sino a actuar, creando en Santa Barbara un Hogar de Falange, con Sección Femenina, Frente de Juventudes y Sindicatos, para formar un grupo de presión, en lucha contra el Cura y su camarilla; nos vamos a volcar con ayudas para solucionar todos los problemas y así desprestigiamos al Cura, que habla y no resuelve nada. Y cuando surja la lucha entre ellos y los disturbios informar al Sr. Cardenal para que le eche.” A continuación, se entonó el himno fascista Cara al Sol, y, disuelta la reunión, el Gobernador invitó a sus camaradas a almorzar en un conocido restaurante de la ciudad.
La historia no acabó ahí, pero no se instaló la Falange en el barrio, tampoco hubo un plan de actuación para mejorar las condiciones de vida de los vecinos, ni se expulsó al cura, que aún permaneció unos años en Toledo, hasta el abandono de la sotana por la tiza de profesor. Las luchas tuvieron que continuar por mucho tiempo, si bien quedó germinada una semilla de rebeldía, una autoestima colectiva, y también unas enseñanzas, entre otras la de cómo se defiende la dignidad y los derechos de un colectivo de gentes humildes, frente a las instituciones y los poderosos.
Artículo del Presidente de la AMA, Isabelo Herreros en EL Digital CLM