Artículo de opinión de Rafael Torres para La Tribuna de Toledo
No era ningún secreto, pero Pablo Iglesias ha revelado en una reciente entrevista que quiere gobernar. Y después, si eso, volver a la Universidad. En España, casi todo el mundo quiere gobernar, tal vez para conjurar la amenaza de que otros, parecidos, le gobiernen a uno, más que por entregarse a ese extenuante servicio a los demás si se toma seriamente.
Releyendo las Memorias del que fuera presidente del Gobierno y de la República, Manuel Azaña, ejercicio que recomiendo como imprescindible a los que hoy andan en la política (aunque antes de la relectura tendrían, lógicamente, que leerlas), reparo en un pasaje que le convendría tener en cuenta al jefe de Podemos, o de Unidas Podemos como se llama ahora. En él, Azaña rememora, en plena Guerra, los meses posteriores a su salida del Gobierno a finales del 33, y que, según las delirantes y malvadas acusaciones de Alcalá Zamora, habría empleado en conspiraciones para la proclamación del Estat Catalá, justificando así su infame prisión. Cuenta Azaña en detalle qué hizo en realidad en esos meses, una vez descabalgado del fragor de la primera línea tras los fulgurantes dos años y pico iniciales de la II República: trabajar por la fusión de los partidos republicanos de progreso en Izquierda Repúblicana, y desintoxicarse, recuperarse como persona y leer.
Ojo, Pablo: “Me di un hartazgo de lectura colosal. Sed atrasada. Régimen correctivo de una deformación peligrosa. Porque nada estrecha tanto la mente, apaga la imaginación y esteriliza el espíritu como la política activa y el gobierno. Quiero decir que en esas aplicaciones, la capacidad del espíritu no se ensancha, ni se ahonda, ni se mejora. Para trabajar en política y en el gobierno he tenido que dejar amortizadas, sin empleo, las tres cuartas partes de mis potencias, por falta de objeto, y desarrollar en cambio fenomenalmente la otra parte. Por donde se quiebra el equilibrio y se va, con lastimoso descuido, al profesionalismo.(…) Una de la asperezas de la vida política es la aridez, la sequedad, la triste cerrazón espiritual del mundo en que uno queda sumergido”.
Lo que le pasa no sólo a Pablo Iglesias, sino a casi todos los políticos españoles actuales, es que, embrutecidos por la ambición de gobernar porque sí, desahucian a la persona que pudiera ser útil de veras a los demás, y ello en beneficio de esa indeseable, inhumana y seca profesionalidad.