Su etapa como Presidente de la República, entre mayo de 1936 y su exilio en Francia en febrero de 1939, coincidió casi por completo con el desarrollo de la Guerra Civil. Anteriormente había sido presidente del Gobierno Provisional, promoviendo ambiciosas reformas.
Sin duda la figura más influyente de la izquierda en el transcurso de la II República y la Guerra Civil, Manuel Azaña nació en Alcalá de Henares en enero de 1880 en el seno de una familia de la burguesía madrileña. Estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid y, tras presentarse a las oposiciones a notario, inició su actividad política afiliándose en 1914 al Partido Reformista de Melquíades Álvarez.
Compaginó en esos años sus quehaceres en el partido con su trabajo como periodista en la revista La Pluma –fundada por él mismo– y en el semanario España, antes de saltar definitivamente a la primera línea de la política durante la dictadura de Primo de Rivera, que combatió activamente publicando en 1924 un incendiario manifiesto que atacaba frontalmente al régimen y la figura del monarca Alfonso XIII. Poco después decidió fundar, mano a mano con José Grial, su propio partido: Acción Republicana, en representación del cual tomó parte activa en 1930 en el Pacto de San Sebastián sobre el que se cimentó la fundación, meses después, de la II República.
Político reformista
Fue ministro de Guerra y, posteriormente, presidente del Gobierno provisional en sustitución de Alcalá-Zamora, convirtiéndose así en el líder más carismático de la facción republicano-socialista y acometiendo ambiciosas reformas en el ámbito militar, en la enseñanza o en el sector agrario, a la vez que daba su bendición a la aprobación de un Estatuto de Autonomía para Cataluña.
Abiertamente enfrentado a la Iglesia y al Ejército, cesó como presidente del Consejo de Ministros en septiembre de 1933, a raíz de sus desencuentros cada vez más patentes con el presidente de la República, Alcalá-Zamora. El triunfo de la derecha en las elecciones de ese año, del que resultó la formación de un gobierno de coalición entre la CEDA y el Partido Republicano Radical, lo empujó a dar un paso atrás para centrarse temporalmente en su faceta de escritor, hasta que en 1934 decidió volver al ruedo a la cabeza de una nueva formación política, Izquierda Republicana, escorando su posición cada vez más a la izquierda. Su implicación en la Revolución de 1934, de la que es considerado como uno de sus principales artífices, desencadenó su detención temporal. Absuelto de los cargos poco después, volvió a retomar “el mando” de la izquierda, convirtiéndose en el hombre fuerte de la República tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936.
El 10 de mayo de ese mismo año, a raíz de la destitución de Alcalá-Zamora, fue elegido nuevo presidente de la República, cargo que ostentaría hasta el momento de su exilio. El estallido de la Guerra Civil supuso un desafío mayúsculo plagado de adversidades. Las continúas reyertas internas en el seno del Gobierno debilitaron su cada vez más precaria posición. La entrada en Barcelona de las huestes franquistas, a comienzos de 1939, forzó su dimisión y su exilio rumbo a Francia, donde trató de esconderse de la persecución franquista. Localizado por la Gestapo, encontró un inesperado salvador en la figura del embajador de México, Luis Rodríguez, que le proporcionó un refugio seguro en el Hotel du Midi de Montauban, donde se escondían otros muchos españoles exiliados. Enormemente debilitado física y mentalmente, falleció en su escondite el 4 de noviembre de 1940.
Un dramático exilio en Francia
Cuando Azaña abandonó España a comienzos de 1939 rumbo a Francia, sabía que nunca más volvería. El plan inicial era encontrar refugio en la Embajada española en París para volver cuando las aguas se hubieran calmado.
Azaña y los suyos cruzaron los Pirineos en coche, pero cuando los vehículos se averiaron continuaron a pie en una penosa marcha hasta Collonges-sous-Salève, donde se refugiaron en una casa de su cuñado. Durante este primer período de exilio, aprovechó para poner al día sus diarios y prepararlos para su publicación. La presión de la Embajada española en Francia, ya en manos franquistas, surtió efecto: a Azaña le fue aplicada la Ley de Responsabilidades Políticas, convirtiéndolo en un proscrito fugitivo. Huyó, ya con la salud deteriorada, a Burdeos, pero la Gestapo lo seguía y terminó en Montauban, donde tuvo noticia de que todos los familiares que lo habían acompañado en el exilio habían sido detenidos. La intervención del embajador de México, Luis Rodríguez, que lo escondió junto a otros españoles perseguidos, evitó su captura. Con todo, ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando. Pétain evitó que se le enterrara con honores de jefe de Estado.
Artículo original: Roberto Piorno https://www.muyinteresante.com/