HISTORIA DE VALLADOLID A TRAVÉS DE EL NORTE DE CASTILLA
El presidente del primer gobierno republicano abarrotó el Teatro Calderón con un impactante mitin, el 13 de noviembre de 1932, en el que concilió los intereses castellanos con la autonomía de Cataluña
El gran acontecimiento, que se venía preparando días atrás, no pudo resultar más impactante. El titular de «El Norte de Castilla» reflejaba fielmente lo acontecido aquel domingo, 13 de noviembre de 1932: «Valladolid dispensa una entusiasta acogida al Jefe del Gobierno».
En efecto. La visita de Manuel Azaña, anunciada en la prensa nacional a principios de mes, movilizó a la ciudad entera en una jornada plagada de eventos y con un largo discurso como momento estelar. Lo cierto es que las circunstancias no eran cómodas para el presidente del Gobierno: la coalición republicano-socialista que había posibilitado el gabinete de diciembre de 1931 parecía resquebrajarse como consecuencia del devenir interno de algunos de sus integrantes, en especial de los radicales-socialistas y del propio PSOE.
A ello habría que sumar el impacto social de determinadas reformas, en especial la militar y la religiosa, muy discutidas en algunos sectores, lo mismo que la aprobación del Estatuto de Cataluña, duramente contestada desde tierras castellanas. Azaña era consciente del malestar generado, especialmente en Valladolid, donde meses antes se había celebrado una multitudinaria manifestación anticatalanista en la que murió de un disparo un joven de 16 años. Por eso en su discurso traía preparada una referencia expresa a las tierras castellanas.
El presidente y su mujer, Dolores de Rivas Cherif, llegaron a Medina del Campo en la madrugada del sábado al domingo. Descansaron en el Hotel Royal y durante la mañana recibieron la visita del gobernador civil, José Guardiola Ortiz, abogado y militante del Partido Republicano Radical, del diputado nacional y subsecretario de Hacienda Isidoro Vergara Castrillón, y del presidente de la Diputación, Manuel Gil Baños, que también lo era del Consejo Provincial de Acción Republicana. A la mujer de Azaña la cumplimentaron la viuda de José G. Santelices y las esposas de Federico Landrove, De los Cobos y Gil Baños.
Tras pasar la mañana en Medina del Campo partieron en dirección a la capital del Pisuerga por Tordesillas, Simancas y Arroyo.Antes de llegar al Puente Colgante fueron recibidos por el alcalde, Antonio García Quintana, y los tenientes de alcalde Alfredo García Conde y Tomás González Cuevas, quienes se subieron al coche presidencial.
El público abarrotaba todos los lugares por donde pasaban: el Paseo de Zorrilla, la calle de Santiago y, desde luego, la Plaza Mayor, donde pararon para efectuar la recepción oficial. Eran las 12 de la mañana. A la puerta del Ayuntamiento les esperaban el general de la División, Gómez Caminero, el gobernador militar, Manuel de la Cruz, y otras autoridades militares.
Después de que una «comisión de señoritas» de la Unión Republicana Femenina hiciera entrega de un ramo de flores a la esposa del presidente, el matrimonio fue recibido por una comisión de concejales, que les condujo al salón de actos. Del despacho del alcalde, donde permanecieron unos minutos, partieron hacia el Teatro Calderón.
No había una sola localidad vacía. Los palcos se adornaban con banderas de las Asociaciones Provinciales de Acción Republicana mientras agrupaciones de diversas provincias españolas, llegadas para la ocasión, ansiaban escuchar el mitin de su líder.
El Himno de Riego abrió un acto en el que Azaña comenzó evocando los días pasados en la ciudad del Pisuerga, en pleno derrumbe de la Dictadura de Primo de Rivera, tiempos de tertulia y conspiración republicana: «En aquellas semanas que yo pasé en Valladolid, trabajamos aunque no lo pareciese, y a veces si lo parecía, trabajamos ya por la instauración de la República», recordó.
Enseguida, para disipar dudas y tranquilizar los ánimos políticos, aseguró que la coalición gobernante seguía en pie, «más sólida que nunca, más firme que nunca». Aun así, con objeto de alargar la vida de las Cortes vigentes, propuso la creación de una federación de izquierdas: era, en efecto, la antesala de la llamada Federación de Izquierdas Republicanas de España (FIRPE), que un mes más tarde integrarían Alianza Republicana, Partido Republicano Radical Socialista, Ezquerra Republicana de Cataluña y Partido Republicano Gallego.
Azaña alentó la aplicación urgente de tres leyes, la de Presupuestos, la de Congregaciones Religiosas, que sancionaba el laicismo oficial, y la Ley Orgánica del Tribunal de Garantías. Y tuvo palabras duras para los adversarios del sistema republicano, a quienes advirtió de la necesidad de «pacificarse»:
«A todos los españoles se les ofreció el mismo régimen. Todos podían cobijarse bajo la bandera tricolor. En el Estado y fuera del Estado continuaban una porción de personas que no sentían el régimen republicano y se les mantuvo en su sitio mientras su actitud fue correcta, y entonces, al amparo de la bondad de la República y al amparo de la Constitución liberal que a la República se ha dado, se desencadenaron contra la República y contra el Gobierno formidables oleadas de insurrección (?), y todas se han estrellado contra la fortaleza de la República y del Gobierno. Y ahora se me dice a mí «pacifica los espíritus». Pues, bueno, señores, ¡que se pacifiquen ellos!»
Pero el plato fuerte llegó a la hora de defender el Estatuto de Cataluña sin menoscabo de la afirmación castellanista; Azaña ensalzó el «alma patética de Castilla» y atacó a quienes tildaban a los castellanos de centralistas, pero también a cuantos desde Castilla se oponían a la autonomía en función de una pretendida castellanidad:
«Oponiéndose a una política de autonomías en España en nombre de ese pretendido espíritu castellano, lo que se hace es calumniar a Castilla y dar la razón a los que han atacado el centralismo español atribuyendo preponderancias injustas a la propia Castilla. No, señores (?). Esta Castilla del Norte tiene muchas y grandes cosas que decir y muchas y grandes cosas que hacer, tenéis un destino que cumplir, y lo que se trata es de saber si sois iguales a vuestro destino. Si no lo sois, todo lo que hay que hacer en España se hará sin vosotros, y esto será como hacerlo contra vosotros. Y si sois iguales a vuestro destino, lejos de perder aquello que se ha supuesto una hegemonía castellana sobre las regiones españolas, tendréis otra vez el destino propio dentro de la nación que corresponde al genio político de este país».
Pero Azaña no se quedó ahí, pues quiso remarcar el papel crucial de estas tierras en la conformación de la España plural republicana: «De nada serviría que una política inteligente y liberal llegase a formar en la Península un rosario de regiones periféricas, prósperas y lúcidas, si el lazo interior físico y político entre todas estas regiones en prosperidad fuese la Castilla pobre, tradicional, que todos hemos conocido. La resurrección de España no podrá hacerse sin vosotros, y cuidad de que no se haga sin vosotros».
Tanto público se agolpaba en el teatro, que fue necesario colocar altavoces en el Centro Mercantil y en el Casino Republicano, en la calle de las Angustias y en la Plaza de la Libertad. Todo el país pudo oír por radio el discurso del presidente. Luego, tras una comida en el Cinema Capitol, con el pertinente homenaje al ilustre visitante, éste visitó el Hospital militar, que estaba en obras, los cuarteles de Caballería e Infantería y la antigua Academia de Caballería, asistió a una función en el Teatro Lope de Vega en honor a su esposa, pasó por la Diputación Provincial y cenó en el domicilio de Acción Republicana. A la una de la madrugada, el matrimonio partió de vuelta a Madrid.
Artículo original de Enrique Berzal https://www.elnortedecastilla.es/