En este 14 de abril, día de la República, que celebramos el pasado jueves, se hace necesario mirar brevemente al pasado para hablar de Manuel Azaña, una figura tan presente en Alcalá de Henares como poco conocida. En los últimos tiempos percibo que cada vez que se habla de Manuel Azaña se olvida una parte muy importante y característica de su persona.
Siempre se pone el acento en que Azaña fue un intelectual, que lo fue, sin duda. Se hace especial reseña a que fue un literato, lo cual es cierto. Se dice con frecuencia que fue un hombre de Estado, y así lo demostró cuando ejerció responsabilidades de Gobierno. Pero las referencias a Azaña se quedan en eso: en esa imagen de político serio, de gran oratoria, perfectamente ubicado en un despacho presidencial, sentado tras una gran mesa y rodeado de gruesos volúmenes de libros.
Se olvida, a propósito, a mi entender, algo que caracteriza claramente a Manuel Azaña: que era un revolucionario. Un revolucionario brillante en la búsqueda de hacer una España mejor.
En los años 20 del siglo pasado en España había una dictadura, la del capitán general Primo de Rivera, dictadura bendecida por el Rey Alfonso XIII, el bisabuelo del actual Felipe VI. Y en mitad de esa dictadura Manuel Azaña estaba defendiendo y promoviendo la República, el laicismo y la justicia social como modelo de Estado.
Manuel Azaña fue uno de los creadores de Acción Republicana en plena dictadura. Una de las organizaciones precursoras de la transformación social, de la revolución cívica, para acabar con la dictadura y la monarquía cómplice e impulsora de esa dictadura. Manuel Azaña fue uno de los firmantes del Pacto de San Sebastián, en 1930, plataforma republicana que sería simiente de la unidad necesaria para que la República llegase solo un año después, formando él parte del Comité Revolucionario en 1931, antesala del Gobierno Provisional de la República.
Por todo ello quiero poner el acento en que a Manuel Azaña, ese alcalaíno proveniente de familia acomodada, intelectual y literato, hay que definirlo como un revolucionario, porque en plena dictadura puso todo su empeño en construir una república democrática, con una clara separación entre Iglesia y Estado, y donde los trabajadores y trabajadoras tuvieran acceso a la educación, a la sanidad y derechos laborales.
Una personalidad histórica que sufrió persecución, que incluso fue encarcelado durante unos meses, con la que podemos estar más o menos de acuerdo con sus acciones, podemos considerar que tuvo más o menos aciertos o errores, pero, sin duda, Manuel Azaña fue un revolucionario, republicano, de izquierdas.
Manuel Azaña fue un revolucionario entonces y lo sería también hoy, cuando personas y publicaciones se arriesgan a fuertes sanciones e incluso a penas de prisión, por el mero hecho de cantar canciones, escribir textos o dibujar viñetas que ofendan a la monarquía. Hoy, cuando el PSOE y las derechas votan, una y otra vez, en contra de investigar los delitos de la monarquía. Hoy siguen inmatriculadas por la Iglesia 35.000 propiedades, incluida nuestra Plaza de los Santos Niños.
No existe en la actualidad una separación entre Iglesia y Estado. Por ejemplo, en nuestra Alcalá de Henares, nuestro alcalde socialista sigue otorgando anualmente a la Virgen del Val el título de alcaldesa perpetua, dándola solemnemente el bastón de mando junto al mismo obispo que sistemáticamente insulta a mujeres y colectivo LGTBI. Hoy, Manuel Azaña también sería un revolucionario.
República no es solo quitar al rey y cambiar el color a una bandera. Como decía Julio Anguita, si es sólo para eso, no cuenten conmigo. Hay tres valores y pilares fundamentales de la República: libertad, igualdad y fraternidad. Y es la fraternidad la que hace posible que la libertad y la igualdad existan.
Fraternidad significa que ninguna persona necesita depender materialmente de otra para comer y tener sus necesidades básicas cubiertas. Nadie está por encima del ciudadano: ni el padre, ni el amo, ni el marqués, ni el patrón, ni el marido, ni el sacerdote, ni el rey. Ello significa que el Estado ha de tener una cobertura social y una redistribución de la propiedad que garantice esos medios materiales a toda la población. Ser libre pero sin tener medios materiales es libertad para la nada. La igualdad ante la ley es una quimera cuando existe una desigualdad insuperable entre ricos y pobres.
Queremos una república donde los trabajadores, que son los que generan la riqueza, sean los que gestionen esa riqueza. Una república que recupere su soberanía, que el precio de la energía no esté en manos de una oligarquía. Que la sanidad, la educación y la vivienda sean un derecho y no un negocio. Que los intereses de las familias trabajadoras, pensiones, estudiantes y pacientes siempre estén por encima de cualquier banca privada o lobby empresarial.
Queremos construir república y para ello los republicanos nos tenemos que unir, porque estos cambios no van a llegar de la mano de partidos monárquicos por muy republicanos que fuesen hace 90 años. Se está viendo cuando se trata de generar leyes para controlar el precio de los alquileres de vivienda, el precio de la energía, para mejorar las condiciones laborales, para evitar que sanidad sea totalmente privatizada, para que la fiscalidad sea justa y que paguen más los que más tienen… en todos esos espacios los partidos monárquicos son un ancla.
Hay que construir mayorías republicanas que pongan en el centro las condiciones de vida de las familias trabajadoras y que pongan la economía al servicio del cumplimiento de los derechos humanos de toda la población.
Entonces, y solo entonces, nos podremos plantear que nos estamos acercando un poco a la democracia plena.
Artículo original David Cobo, concejal UP-IU Ayuntamiento de Alcalá de Henares y Coordinador Asamblea Izquierda Unida Alcalá de Henares. https://www.alcalahoy.es/