ESTÉVANEZ MURPHY, Nicolás

(En Política, Nº 32. Marzo-abril, 1999). Por José Esteban

[Las Palmas de Gran Canaria, 1838-Paris, 1914]

Tanto por su talante como por sus hechos militares y políti­cos, encarna don Nicolás Estévanez la definición del republica­no español, ya que serlo significa no sólo una actitud política, sino, sobre todo, una conducta ante la vida. Nació tan ejemplar personaje el 17 de febrero de 1838 en Las Palmas de Gran Canaria, hijo del capitán Fran­cisco de Paula Estévanez y de doña Isabel Murphy y Meade. Muy joven, en 1852, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, cuando estaba instalada en el viejo edificio de la Santa Cruz. De allí salió como alférez. Par­ticipó en alguna de las famosas asonadas liberales y, des­pués, ya como teniente, en la guerra de África (1859-60), formando parte del Cuerpo del Ejercito que mandaba don Antonio Ros de Olano, y cuyo jefe supremo era el general Leopoldo O'Donnell.

Se batió con tal arrojo el joven teniente en las acciones militares del valle de Tarajar, cerca del río Guad el Jelú, en la batalla de los Castillejos, en la conquista de Tetuán -en que fue ascendido- y en la de Guad-Ras, que se le con­cedió la gran Cruz Laureada de San Fernando.

En 1863 se trasladó a Puerto Rico y de allí a los Esta­dos Unidos. Estudió "in situ" los episodios más salientes de la guerra de Secesión y publicó una interesante Memo­ria.

Hizo más tarde la campaña de Santo Domingo en la que mandó un batallón, a pesar de que su grado era sólo de capitán. Contrajo matrimonio en Puerto Rico con doña María Concepción Suárez y Otero, que le dio dos hijos, y más tarde fue destinado a Cuba, en donde, y por méritos de guerra, fue propuesto para comandante. Allí, y por el fusi­lamiento de unos estudiantes, abandonó el ejército. Esti­mó la crueldad de los voluntarios españoles de la Habana, más como una estupidez que como un verdadero crimen.

Ya en España tomó activa parte en la revolución de 1868 y en el movimiento liberal de 1869, en el que fue hecho prisionero en Béjar, y encerrado en Salamanca y luego en Ciudad Rodrigo. Recobró la libertad al ser amnistiado en 1870, perdiendo su empleo en el ejército.

Representó después a la ciudad del Tormes en las Asambleas Federales, fue profesor del Ateneo Militar, y miembro del Directorio republicano por Orense con Pi y Margall, Figueras y Castelar. Diputado por Madrid y ree­legido por tres distritos para las Constituyentes, optó por el de su país natal, Canarias.

En 1872 inició un movimiento revolucionario en Anda­lucía, y se apoderó de la ciudad de Linares, derrotando a la columna de Borrero. Al proclamarse la gloriosa primera República, después de haber renunciado al empleo de Brigadier, fue nombra­do Gobernador de Madrid.

Durante los graves sucesos del 23 de abril, en que los conjurados radicales, intentaron destruir la República, don Nicolás Estévanez luchó gallardamente a su favor y, al final, tras la derrota del adversario, acudió a salvar la vida del general Serrano, su enemigo, utilizando su coche para residenciarlo en una embajada, desde donde el duque de la Torre pudo huir impunemente al extranjero.

Pero su opinión sobre Serrano y lo que éste representaba no ofrece dudas: "Si los afortunados vencedores de Alcolea hubiesen proclamado la República, ésta se habría consolidado. Acaso los errores de los hombres o las velei­dades de los pueblos hubieran traído al cabo la restaura­ción borbónica, pero mucho más tarde, la República hubiera dejado en ese caso más hondas raíces, mayores intereses y más larga historia".

La más alta cota política que alcanzó tan distinguido republicano fue la de ministro de la Guerra. Solamente unos días, del 11 al 28 de junio de 1873, y en uno de aquellos Gobiernos efímeros de nuestra primera Repúbli­ca.

Pi y Margall quiso entonces enviarlo a Cuba a calmar las impaciencias y las arbitrariedades de los reaccionarios españoles que sólo conseguían el odio de los indígenas. Pero declinó la propuesta al no contar con la tropa nece­saria para imponer el orden. Pero Cuba, y sobre todo La Habana, serían para el republicano un lejano ideal. Decía que allí le gustaría morir y si se proclamaba la Segunda República quería ser nombrado embajador de España en la querida isla.

Al producirse el golpe reaccionario del general Pavía, Estévanez conspiró contra el régimen híbrido del general Serrano. Y nos dejó unos curiosos versos contra la vuelta de los Borbones, parodiando a Becquer: "Volverá la partida de la porra por mayor y menor a funcionar / Volverán a romperle las costillas / a todo el que trascienda a liberal Volverán calamares sin / vergüenza a transferir millones, a robar y volverán a España los / Borbones y frailes y jesuítas volverán."

Don Nicolás vivió un largo, larguísimo exilio en París, traduciendo para la editorial Garnier incansablemente. Vivió en la más extrema pobreza, negándose a cobrar su sueldo de ministro al que tenía derecho.

Dejó escritas unas impagables memorias, tan raras entre los militares de nuestro apasionante siglo XIX. Memorias llenas de interés, tanto histórico como literario para desci­frar las claves de la tormentosa vida política española.

Baroja que le conoció en París nos dejó unas significa­tivas páginas sobre tan novelablc personaje y del que debía haber escrito alguna de sus novelas históricas. Pocos personajes tan apasionantes vivieron el apasionado siglo pasado.

Español hasta la médula, fue fiel hasta el fin de sus días a los ideales de la República Federal, a la que sirvió con entusiasmo digno de mejor agradecimiento. Fue enemigo del separatismo libertario y, algo que le honra a nuestros ojos de españoles, un defensor acérrimo de la pureza de nuestra lengua.

Por todo ello, y por tantas cosas que aquí hoy no caben, los republicanos le debemos eterno reconocimiento y, me atrevería a decir que hasta devoción.